Nunca nota mis pequeñas despedidas, caprichosas silenciosas y de repente...
todo se torna hacia la verga.
Así es.
A la verga.
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Se encontraba una mañana rebosantemente decaída.
Sentía que las nubes desbordaban agua sobre su cuerpo, incluso podía intuir que algo estaba evaporándose lentamente por el suelo.
La mañana se le iba a gotas y el calor de aquella agua en peligro de extinción comenzaba a detonar un ataque de asfixia de recuerdos no propios de países sin fronteras y de anhelos comunistas.
Alguna vez pensó en deformar la realidad, en manejarla al gusto.
Con espolvoreadas de sales, especies y cuanto fuera encontrando al paso del tiempo.
Jugó a la Diosa, al mandatario, al dueño, al chef.
Pero descubrió que eso no la hacia feliz.
Que al momento de jugar con platos fuertes, no siempre resultaba ser lo que esperaba.
A veces el vendedor intervenía en los manjares reales de esta pobre viuda y se rehusaba a darle los precisos condimentos. Otras veces, la carne no estaba del todo buena, los huesos de su amor inerte se quedaban poco a poco sin sabor, sin carne, sin sazón.
Y aunque en caldos todo rinde, con tomate, en salsa roja, limón a llantos, con pizcas de pimienta, escuetos de odio, semillas de brutales besos, de Sed, de ansias, de la nada y de todo. No todo combinaba al gusto.
Los restos de su amado habían perdido el toque.
Ya no valía la pena esmerarse en preparar las ollas, poner dos lugares en la mesa, sacar la vajilla vieja de la abuela, usar los más caros perfumes, el aroma a eneldo en los sartenes, las pastas invisibles de cuentos de una realidad profana.
Alguna vez pensó en deformar la realidad, pero le gustaba vivir entre sus sueños.
Y al paso del tiempo,
dejó de cocinar su anhelo.
Su llanto evaporó en los suelos.
El polvo hizo acto de presencia.
Por fin se despejaron las nubes.
Y no fue feliz tampoco.
1 comment:
Jajaja...que machin
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